lunes, 27 de enero de 2014

Notas sobre algunos conceptos de Umberto Eco

Umberto Eco, en Lector in Fabula, apunta que la relación entre emisor (o escritor, en nuestro caso) y destinatario (o lector, el "Lector Modelo") es lo más parecida a una partida de ajedrez; así, Eco sostiene que "generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones de los movimientos del otro [...] [pero] la analogía sólo falla por el hecho de que, en el caso de un texto, lo que el autor suele querer es que el adversario gane, no que pierda." (79: 1993).

Ahora bien, de antemano sabemos que un escritor escribe para que lo lean, independientemente del narcisismo y egolatría de los que, según se dice, se respira en los círculos literarios. Así, pues, siguiendo la analogía que Eco presenta, uno de los participantes del texto orienta su táctica, según intereses propios (incluso ajenos, en pos del reconocimiento) cada vez que aprisiona un peón, un alfil; las teclas de la computadora, o incluso un bolígrafo. Todo texto, evidentemente, está sesgado por una perspectiva. En esta perspectiva, pues, media una intención; ¿y qué no es eso lo que Eco afirma?: "De manera que prever el correspondiente Lector Modelo no significa sólo "esperar" que éste exista, sino también mover el texto para construirlo. Un texto no sólo se apoya sobre una competencia: también contribuye a producirla." (81)

Asimismo, el jugador que lleva la batuta -aquel que hizo la jugada inicial- determina el movimiento del jugador que tiene enfrente, eligiendo los movimientos necesarios, eligiendo las jugadas de su contrario. El "texto cerrado", según Eco, es todo aquel texto que apunta y se dirige a un grupo especializado, integrado ora por adolescentes, ardorosos lectores del amor, ora por amas de casa, ora por peatones en busca de trabajo, ora por ávidos compradores de ofertas. Todo texto cerrado es, pues, un texto altamente dirigido, que, al mismo tiempo, por la precisa dirección con la que fue concebido, corre el riesgo de sobreentenderse, de violentarse. He ahí que Eco afirme: "Nada más abierto que un texto cerrado." Ningún texto se salva de ser equívoco. Por eso mismo, Eco refiere a un "Lector Modelo", pero en ningún momento afirma que sea éste un "Lector Único", ni muchos menos "Unívoco". Cada lector, en el acto de interpretación (humano y equívoco por naturaleza) violenta el texto, sea o no literario. Rompe la intención, abre lo cerrado. Como ejemplos, todos aquellos mensajes provenientes de la mercadotecnia; o aquellos espectaculares que más de la mitad de mexicanos alberga en su azotea; algunos letreros de tráfico; los libros (con intenciones apartadas completamente de lo que la literatura ofrece) de Paulo Coelho, de Stephanie Meyer, y mucho más de escritores que no escriben literatura, entendiendo a la literatura como el campo del que mana ambigüedad y doble interpretación.

No es así, por otro lado, lo que ocurre en lo que Eco tiene a bien denominar "texto abierto". En éste tipo de textos -los más, literarios- "[...] una sola cosa [se] tratará de obtener con hábil estrategia: que, por muchas que sean las interpretaciones posibles, unas repercutan sobre las otras de modo tal que no se excluyan, sino que, en cambio, se refuercen recíprocamente."; uno de los peligros del texto abierto: su equivocidad. Como ejemplo, la literatura en general. Textos construidos por varias interpretaciones -mas no sobreinterpretaciones, e incluso malinterpetaciones- con guiños exactos para su mejor (siempre en positivo) entendimiento.

Por eso, cada texto que produzca cada vez más diferentes tipos de lectores, se convierte, por eso mismo, en un texto más y más abierto, sin abrirse, paradójicamente, del todo; convirtiéndose, como dice Eco, en "otro libro".

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