miércoles, 8 de enero de 2014

De la teoría literaria o La literatura como mecate escriturario

Seré sincero: cuando me preguntan por qué estudio literatura y no medicina, ingeniería, gastronomía, economía, contaduría, bajo mis pies una grieta comienza a abrirse, la tierra tiembla, o por lo menos se mueve a cada pestañeo nervioso, y el tan conocido y urgente "trágame tierra" se vuelve respuesta, pero una respuesta interior, para mí, para Diego Casas, y no para el o la que me preguntó, quizás con cizaña en la boca, por qué estudiaba literatura y no otra cosa "en la que se haga algo más interesante o en la que haya trabajo", dice y olvida la pregunta. La olvidamos. Ahora, tal vez, la siguiente pregunta que me haga irá dirigida hacia el América o el Cruz Azul, el PRI o el PAN, las tortillas o el precio de los Marlboro. No sé, porque me gusta, respondo con voz chillona, dando patadas de ahogado. El incisivo preguntón deja de preguntar, ¡por fin!, y el aire vuelve a refrescarme la garganta. Pero, entonces, ¿por qué el miedo a una respuesta indecisa? Definitivamente pienso que en casos como éste, cuando se defiende lo casi indefendible, uno no puede explicar la urgencia de llegar a la casa, al baño, a la sala, a la cama, como quería Elizondo, tomar apresuradamente la novela comenzada, y prenderse del aroma a hongo libresco, tan familiar que se vuelve entrañable, que llena la estancia de algo que no puede preguntarse, ni mucho menos, ay, contestarse. Lo mismo, acaso, me pasa con la teoría literaria. Uno no puede responder tan desfachatadamente: "estudio literatura porque los recursos narrativos de El perengano, por ejemplo, remarcan el concepto de intertextualidad que Kristeva, Bajtin, y compañía, acuñaron en el siglo XX. Porque como sabes, la decontrucción acepta, indudablemente, arquetipos, que como pensaba Jung, interfieren en la narrativa de Mengano y de Zutano. Por eso estudio literatura, ¿cómo ves?". Qué más quisiera uno contestar de ese modo a todo el mundo, pero lamentablemente no se puede.Sin embargo, seré sincero nuevamente: entre Farabeuf y Figuras III, elegiré Farabeuf; entre Formalismo ruso y Los detectives salvajes, elegiré a Belano y compañía; entre La morfología del cuento y un cuento de Enrique Serna, elegiré, por default propio, al mexicano. Respondo: no sé, porque me gusta, a todo aquel que no comprenda mi cariño a la lectura de literatura, más que a la de textos sobre literatura. Sin embargo, la sinceridad se me da hoy: hay, hubo y, gracias a Dios, habrá escritores que comprendan a sujetos como yo, y que traten de unir mecates resistentes entre dos mundos distintos pero bellos: Barthes, Alatorre, Benjamin, Reyes, Zavala, Cuesta, Paz, Xirau, Adorno y muchos más que comprendan mi miedo a lo gris, a lo acartonado, sin ningún dejo vital de por medio. http://youtu.be/8UUkSt2EzKQ

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